Terminamos con nuestra serie de entregas en las que os mostramos cómo, gracias al trabajo realizado por nuestros terapeutas en las sesiones de reminiscencia, los ancianos residentes en nuestro centro geriátrico en Asturias nos describen diferentes episodios del pasado que siguen muy presentes en su memoria. Estos son los relatos de Carmen Merediz y Carmen Fernández, dos ejemplos más de cómo se puede mantener viva la memoria gracias a la terapia de reminiscencia.
Y es que todos los seres humanos tenemos recuerdos de una vida llena de sucesos, acontecimientos o experiencias, guardadas en nuestra memoria. Algunos se centran en etapas tempranas, recuerdos de la infancia, la adolescencia, la juventud, mientras otros son mucho más recientes. Estas vivencias que en ocasiones albergamos en lo más profundo de nuestra mente, pueden ser rescatadas por medio de objetos, fotografías, melodías, vídeos, lugares, olores, etc. A partir de un estímulo logramos desencadenar una serie de flashes de esas experiencias y poco a poco montamos en nuestra cabeza las piezas del puzzle de la historia que empezamos a recordar.
Así es como trabaja la terapia de reminiscencia y así es como las personas mayores que residen en nuestra residencia geriátrica en Siero, lograron evocar ciertos recuerdos y experiencias, algunas buenas, otras no tanto, que pensaban olvidadas.
Es el caso de Carmen Merediz, que nos habla de un vecino de su pueblo al que llamaban Cupido. Este hombre siempre estaba de buen humor y derrochaba simpatía por donde pasaba, mientras iba de casa en casa cortando el pelo a la gente, ya que su profesión era la de peluquero.
Carmen nos cuenta que tenía la peculiaridad de decir las cosas al revés, cosa que le hacía bastante gracia. Por ejemplo, una de las frases que recuerda era ”Afeito las casa por afuera” y su mujer, Rosa, le gritaba: “Ciérrame las zapatillas y bájame las ventanas”.
El caso es que al final, toda la familia se contagió de la extraña costumbre del patriarca. Así, uno de sus hijos le escribió una carta desde América, donde residía, diciéndole: “Padre estoy muy triste pero muy contento”, mientras otro de sus hijos, que se encontraba haciendo el servicio militar, le decía: “Padre estoy muy contento porque mando yo más que el alcalde de la Pola”.
Pero no todo son experiencias bonitas o simpáticas. Carmen Fernández nos narra una situación que pudo acabar mal y provocar un vuelco en su vida.
Ella se casó con 22 años y con 23 tuvo a su hija Carmín. Cuando la niña tenía 2 años, un buen día decidieron ir a la playa de Gijón en tren, junto con una vecinita de 6 años, a la que le gustaba jugar con su hijita y una cuñada suya y su hija, que vivían en Oviedo y a las que recogieron en la estación de El Berrón.
Una vez instaladas en la playa, Sofía, que así se llamaba su cuñada, decidió dar una vuelta con Carmín y su vecinita para acercarlas al mar, ya que se encontraban pegadas al muro debido a que la marea esta subiendo. Mientras tanto, Carmen se quedó en la arena cuidando de sus pertenencias.
Llegó la hora de comer y apareció Sofía con las otras niñas pero sin rastro de Carmín. La había perdido y no sabía dónde estaba. Carmen se puso muy nerviosa, llorando mientras intentaba encontrar a su hija. Después de varias horas angustiosas vieron a un par de chicas que iban con una niña envuelta en una toalla blanca. No se lo podía creer. Allí estaba Carmín, muerta de frío, asustada y agotada.
Ese momento no se le olvidará jamás. Cómo la niña corrió a sus brazos mientras le preguntó: “Mamá, ¿y el calderín?”. A pesar del susto que había pasado, aún se acordaba de aquel pequeño cubo que siempre llevaban a la playa y que llenaba de arena sin parar.
Estas historias son un ejemplo más de los buenos resultados que se consiguen en las sesiones de reminiscencia que realizamos en nuestra residencia geriátrica, en la que trabajamos constantemente, para mantener viva la memoria de nuestros mayores.